miércoles, 7 de octubre de 2009

Y DE PRONTO EL DÍA.

Y de pronto el día que antes era negro se volvió de gris,
la mañana nublada fue tiñéndose de una claridad mínima,
el camino sinuoso se convirtió poco a poco en extenso
y se pudo presentir el verde de la hierva en su rivera.

Los pájaros ya sí que se escuchaban,
y la misma mañana presumía de alegría
porque detrás de la inmensa montaña
resultó haber una amplia e ilimitada llanura.

Y el agua antes enredada en si misma,
que bajaba desde siempre por el cauce de rocas y de cieno,
se fue aclarando y haciéndose cristalina,
convirtiendo lo enrevesado de lecho en arroyuelo.

No vislumbré ya más la luna a media mañana,
como tampoco se acostumbraron mis retinas
que antes de noche pasaba veinticuatro horas
y que ahora saboreaba el sol a eso de las doce.

Conté los dedos que una mano y más de cinco tenía
porque aprendí a reconocer viendo más allá de mi retina,
porqué conformarse con cinco,
siendo hasta diez los que, con ambas manos tenía……

Hasta las flores salieron a decirme hola,
todo el mundo se acercó a conocerme,
hasta la atenta y simpática de aquella señora
que jamás saludé, me saluda ahora.

Vinieron hasta pájaros a mi ventana,
como queriendo pedir compañía en su melodía,
persiguiendo en el pletín de mi ventana
a un par de hormigas que hace tiempo que había.

No pude conciliar el sueño,
el tiempo que no tenía lo impedía,
quedo detenido entonces
para que así darme la tregua que me lo impedía.

Trajo la mañana el aroma,
del otoño a mi puerta el aire barría,
en este tiempo que se ha vuelto silencioso
un día nuevo ya para mí renacía.

Y quedaron presuntas las horas,
me tragué el no me da tiempo por el sí podía,
saque entonces un reloj nuevo
que cogí porque aquel no me convenía.

Miré a una mosca que ante mí sus alas batía,
la dí permiso para que se posara si quería,
me dio las gracias por tan enorme cortesía
cosa que me extrañó ya que nunca antes la concedía.

Miré las rejas que antes protegían mi ventana
y vi atónito que ya no las tenía,
ahora todo era más amplio y sin sus rayas,
aquellas que hasta hace nada del exterior me protegían.

Conté hasta los pasos que daba,
ciento cinco, ciento seis y ciento siete:
era la distancia que me separaba
que del sitio en el que estaba hasta el que dirigía.

No son tantos pensé entonces contrariado,
pregúnteme entonces porque nunca los recorría,
cual era hasta entonces aquella distancia
que ni andar tan poco me permitía.

Me senté a recapacitar muy contrariado,
a preguntarme el porqué de lo que ocurría,
el porqué en tan sólo un simple instante,
todo cuanto tenía ya no lo tenía .




Hasta la flor que antes no me lo decía,
me volvió a decir el aroma que siempre tenía,
contándome el porque de sus colores
y la gran variedad que de tonos disponía.

Me miré entonces de arriba abajo,
de pie hasta donde mis ojos podían
y fue distinto a cuando salí de mi casa:
no era yo lo que mis ojos veían.

El día se volvió de nuevo para mí un poco oscuro,
dejo de brillar con la misma intensidad con la que lo hacía,
desconcertándome ante aquel inexplicable gran cambio
que sin poder razonarlo ahora sufría.

Salí de nuevo a respirar el aire,
al puro otoño que tras las puertas había,
a ver las doradas hojas que el viento arrastraba
y que hasta mi puerta inertes me traía.

Saqué del bolsillo un pañuelo,
en el pañuelo puse una lágrima que prisa tenía
recorriendo apresuradas las mejillas
y eran lágrimas, las mismas que hace tiempo no sentía.

Un lento suspiro escapó con alivio de mi alma,
y eso que siempre pensé que no la tenía,
me apareció la memoria diciendo cosas raras,
contándome de nuevo historias que ya sabía.

Hoy el día me ha desengañado,
ha destrozado totalmente mi planificado día a día,
ha cogido el atajo que simple y llanamente
me negué siempre a creer que lo había.

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