jueves, 4 de febrero de 2016

EL SABLAZO





                                  HISTORIAS DE UN DÍA NORMAL

CAPÍTULO 2: "EL SABLAZO"




Tenía el convencimiento de que el autobús no tardaría más de hora y algo en llegar a su destino pero se equivocó.
Aunque no era la primera vez que lo tomaba sí era la primera vez que tenía verdadera prisa por llegar ya que pretendía hacer lo que le había hecho volver a la ciudad  y poder volver a coger el bus a eso de las dos de la tarde, tiempo más que suficiente como para cuando el informativo del medio día diera paso a los deportes y poder disfrutar de ello en su  acogedor sofá de orejeras que en el hogar le esperaba.
Hasta el tiempo había mejorado bastante desde que puso  rumbo a ello, e  incluso había tenido tiempo casi de aprenderse de memoria  prácticamente la mitad de los pueblos de la comarca y que desde la ventanilla del autobús había ido recorriendo.
Al principio pensó  que el conductor se había perdido, que no sabía bien por donde iba.
Hasta le preguntó a la señora del asiento trasero si aquel itinerario era el normal para aquel trayecto que, en condiciones normales, no sería mayor a los tres cuartos de hora para realizarlo.
- ¡Ay que de vueltas mire usted!- me dijo la señora con gran desconsuelo y tristeza.- Tengo cita con el tramatologo a las once y media y los niños vienen sin desayunar. A este paso, como siga tardando tanto, se le pasa a mi Luín la biodramina que es lo único que tiene en el estómago porque no he querido saturarlo porque sé muy bien lo que pasa. Y a este paso, veremos a ver como quedamos. ¡No he visto más rotondas en to mi vida!- dijo consternada la señora mientras sacaba del bolso una bolsa de plástico que se la dio a su vástago que, con los ojos casi en blanco ya, no podía el chiquillo ni casi sostenerla  en sus débiles y temblorosas manos.
Miró el reloj de su muñeca y vio que el tiempo se le echaba encima: - ¡las once y cuarto, Dios!-casi gritó, mientras por la ventanilla pudo ver con detalle la distancia que aún faltaba para alcanzar por fin el destino: 16 kilómetros.
Intentó respirar profundamente para contener la rabia e indignación, se recostó en el asiento tratando de mantener la calma, no sin antes fijarme en el cada vez más pálido rostro del pequeño Luis, que parecía más la cara de la niña del exorcista que la de un crío de no más de once años.
En su  desesperación hasta tuvo la tentación de acercarme al conductor a exponerle su enfado y su queja pero, después de pensarlo un poco y de tratar de controlarse, creía conveniente no hacerlo hasta una vez llegado a su destino: al fin y al cabo, era un simple trabajador que cumplía con su deber y con su cometido.
Casi cuarenta y cinco minutos después y tras haber parado en dos pueblos más, por fin enfiló el autobús la recta final hacia el  destino y casi cuando el reloj se acercaba irremediablemente a las doce de la mañana, por fin hizo su última parada y el simple hecho de poder ponerse de pie le supo a gloria bendita.
Del tiempo que llevaba allí sentado, sin apenas movimiento, le costó la propia vida el poder recomponer la figura y un buen rato más el poder recobrar la movilidad de la cintura
y poder despertar del todo a sus entumecidas piernas.
Como era de esperar, la mayoría de la gente trató de ser la primera en bajar de aquel calvario, ser  primero en respirar por fin el aire puro de la calle. En el estrecho pasillo que conducía a la libertad le tocó sin remedio ir detrás de la señora con los niños.
- ¡¡Espabílate Luín que ya hemos llegao hijo!!- le decía la señora al pobre chaval que apenas sí podía echar el paso y al que la cara aún no le había llegado la sangre y que a su lado, Iniesta, era Michael Jackson.
Por fin salieron de aquel encierro obligado y agradeció como si le hubiesen dado la vida, el aire que al fin le golpeaba en la cara.
Presuroso, no perdió un instante en dirigirse a su cometido, y viendo que el tiempo jugaba en su contra, sacó la carterita para ver de cuánto efectivo disponía ya que, los planes de dirigirse andando al lugar que pretendía había sufrido un grave contratiempo.
Sopesó la gravedad de la situación y la mayor gravedad de sus financias: apenas si tenía veinte euros y su intención desde primera hora era el gastar lo sucinto y necesario.
Aun así decidió que lo más conveniente y dada la hora que era tomar, irremediablemente un taxi para que este le llevara al lugar donde, estaba seguro, se alegrarían de verle.
Afortunadamente eran varios los vehículos que esperaban a las mismas puertas de la estación, por lo que no tuvo más que montarse en el primero que encontró e indicarle al conductor el sitio de referencia:
- Buenas tardes. Quería ir al asilo Nuestra Señora del Trigo Limpio, calle Sanseacabó por favor.
El chófer, palillo de dientes incluido en la esquina derecha del labio inferior le devolvió las buenas tardes y, después de poner el contador a cero del taxímetro puso rumbo al destino.
Era un taxista mayor, que andaría ya rondando la jubilación probablemente, cosa que notó en la foto que tenía en el parasol del coche donde aparecía el buen hombre rodeado de lo que parecía ser una familia numerosa con numerosos niños y mayores en lo que parecía estar celebrando algún cumpleaños, y el que hacía intención de apagar las velas, momento que recogía la inmortal instantánea era él mismo, apagando dos velas con un 63 en rojo.
A ritmo de Camela en la radio del coche que casi le revienta los sesos y eso que no estaba a gran volumen,  veinte minutos después llegaron a las puertas del asilo.
Bajó el mismo, pagó lo estipulado y muy amablemente se despidió con unas buenas tardes para el  taxista que también se vio correspondida.
Entró directamente al lujoso patio interior del recinto, una joya arquitectónica que había sido anteriormente patio de vecinos de solera y tradición y que en su día fue declarado en ruina y comprado por un grupo inversor madrileño que lo había reconvertido en una residencia de personas mayores de alto poder adquisitivo y que funcionaba cual si de un hotel de lujo se tratara.
Se dirigió al mostrador de recepción para anunciar su llegada pero mayor fue su sorpresa ante la respuesta de la chica que atendía aquella maravillosa recepción:
- Siento comunicarle que su tía no se encuentra.
-¡¿Cómo que no se encuentra señorita, cómo que no se encuentra?!
- Pues eso que ha escuchado caballero. Su tía abandonó esta residencia hace dos días rumbo a la República Dominicana en un crucero con escala en Cuba y su regreso no se espera hasta mediados de mes. Es todo cuanto puedo comunicarle.
Se le formó un nudo de impotencia y desesperación en la garganta que casi le hacía imposible respirar; un sudor frío empezó a descenderle por la frente y hasta las rodillas le fallaban y empezaron a temblarle de tal manera que casi que tiene que pedir a la amable recepcionista que le ayudase a sentarse en el butacón que había a escasa distancia del mostrador, cosa que no fue necesaria porque logró a duras penas alcanzarlo por sí mismo.
- De todas formas caballero, creo que el señor director tiene un sobre que la señora dejó para que se le entregara en el momento de su llegada. Puede pasar si lo desea a su despacho ya que ahora mismo no tiene ninguna visita y creo que le atenderá muy gustosamente.
De un brinco se levantó y se dirigió veloz y como un rayo en busca de la puerta del despacho del susodicho.
No era la primera vez que visitaba la residencia y tampoco era la primera vez que tenía el gusto de entrar a charlar en privado en el despacho del director: al fin y al cabo fue él quien aconsejó y convenció de su tía de que aquél lugar era el idóneo para una mujer viuda, sin hijos y sin familia a punto de cumplir casi los ochenta y que no tenía a nadie que se ocupara de ella en su día a día.
- ¡¡Hombre, el señor Carmelo Cotón, que alegría el verlo de nuevo por aquí!!- dijo el director dando casi un brinco del asiento al tenerlo ya a casi una cuarta de su cara, cosa que la mesa de su despacho impedía- siéntese amigo, siéntese, está usted en casa.
- ¡¡En casa, en casa!!¿Pero qué broma es esta don Leandro?, ¿se puede saber dónde está mi tía?
- Creí que usted lo sabía don Carmelo, pero le recuerdo que su tía es mayor de edad, es una persona libre por lo tanto y esta residencia es de estancia libre y por lo tanto todos sus inquilinos, según nuestras normas y estatutos, hacen y deshacen con su vida, con su tiempo y con su estancia lo que les viene en gana, y por lo tanto su tía no es excepción en esta institución para que haga lo contrario.
- ¡¡Eso se avisa caballero!!, porque le recuerdo que hasta día de hoy soy su albacea, su administrador y por lo tanto tengo derecho a saber de sus decisiones y mucho más de su paradero porque ella está mayor y yo no estoy para sustos de esta índole por culpa de actitudes caprichosas de viejas chochas que hacen lo que les va pareciendo y sin decir nada. Hasta ahí podíamos llegar!!.
- Lamento enormemente su enojo señor Cotón, pero debo corregirle en algunos puntos porque, si mal no recuerdo y así está recogido en el contrato que firmó la señora con esta casa, ella es la titular del contrato y no me consta ninguna cláusula en la que diga que es usted quien debe dar el visto bueno a cualquier decisión que libremente, la susodicha, tome en relación a lo que hace y deshace ni con su tiempo ni con su vida.
De todas manera, antes de marcharse dejó esta carta que aquí le hago entrega para que, como bien previó la señora, usted se presentara en esta casa antes del cinco del mes vigente. Firme este recibí para que conste que se le entrega. Lamento enormemente este episodio que para nada es responsabilidad de esta casa y tenga a bien, si no quiere ninguna cosa más, abandonar este lugar porque me están esperando en la sala de juntas que tengo una reunión la mar de importante con unos clientes belgas que quieren hacer uso de la planta superior del edificio y, como comprenderá, el deber me llama.
Con mala cara cogió el bolígrafo y firmó el documento y con muy malos modos cogió el sobre que contenía lo que su tía venía a decirle.
Se despidió de don Leandro y salió que se las pelaba deseando abrir el documento y leer qué coño había dejado escrito aquella maldita mujer.
Entró en la bodeguita de la esquina, se sentó en un rincón apartado en una de las mesas que el local disponía y sin demorarse mucho, aún con el susto en el cuerpo y con las manos más temblorosas aún todavía, abrió rápido y veloz el sobre para, de una puñetera vez, saber a qué se enfrentaba:

            Queridísimo y estimado sobrino Carmelo:
            Como esperaba y así se ha cumplido, cuando esta carta llegue a tus manos
            yo ya estaré lejos, concretamente en un viaje de placer con unas señora la
            mar de estupendas que hace unos meses en esta residencia he conocido.
            Siempre tuve las ganas de conocer mundo, pero como bien sabes, tu tío no
            tuvo el detalle y como ahora y, todo sea dicho, gracias a ti, mi presente es
            otro, he decido permitirme el capricho y nos vamos quince días a un todo
            incluido en un crucero por la República Dominicana y por Cuba.
            Te agradezco enormemente el que gracias a ti y a tu generosidad por haber 
            puesto a mi nombre todo el dinero que, aunque quisieras ocultármelo, tenías,
            y espero comprendas mi decisión y que la aceptes porque, querido Carmelo,
            no te queda más remedio que tragar porque aquí, la que pincha y corta a partir 
          de ahora soy yo.
         Te recuerdo que soy la titular absoluta de la cuenta porque tú debes hasta de
         callarte, y por eso, para que no te trinquen todos aquellos a los que debes di-
         nero, es por lo que decidiste ponerlo todo a nombre mío.
         Así que chitón y punto en boca, que aunque vieja no soy tonta.  Se que estas
         palabras te sentarán como un tiro, no pienses que voy a dejarte en
         la cuneta, pero de aquí en adelante las cosas se harán como lo digo yo que
         para eso soy la titular de la cuenta y punto.
         Para que no pases el mes muy apurado, te dejo este cheque al portador junto
         a esta carta para que pases el mes como puedas. Creo que con cuatrocientos
         euros vas que chuta, y como te pongas muy tonto, el mes que viene, cuando
         vengas, te doy una mierda pinchá en un palo.
         ¡¡Y no trates de hacer ningún chanchullo para que me incapaciten o cualquier
         artimaña de las tuyas que, aunque vieja, no me chupo el dedo y lo tengo todo  
         todo previsto… pero no te lo cuento para que no sepas más que yo.
         Y como te pongas tonto doy una exclusiva en el ABC o donde sea y revelo
         cuál es tu paradero y no creas que serán pocos los que te buscarán donde sea
         para que le pagues lo que debes.
         Y recuerda, querido mío, que nunca sabré agradecerte todo cuánto debo a
          tu generosidad y a tu desinterés para que esta pobre ancianita pase lo mejor
          posible los últimos años de su vida.
          ¡¡Ah, que se me olvidaba, que me voy a poner tetas!!!... es una ilusión que
          tengo pendiente aún en vida de tu tío y que por una cosa y por otra lo fui
          dejando, lo fui dejando…. Así que ahora tengo ya cita programada en Repú
          blica Dominicana y estoy deseando llegue el momento.
          Me despido que no quiero darte más disgustos en el día de hoy.
          Sé bueno y nos vemos el mes que viene.
          Muchos besos de tu tía que te quiere y que te aprecia.

El corazón le iba a salir por la boca, la cara colorada como un belga en Matalascañas en agosto; la respiración entrecortada, los ojos hasta le picaban por dentro….
Buscó en el bolsillo el ventolín y se metió entre pecho y espalda dos chutes seguidos con la intención de que el aire que le faltaba le entrara de nuevo en sus pulmones.
No podía dar crédito a lo que acaba de leer en aquella carta  que ahora, hecha una bola, apretaba con todas sus fuerzas con su puño.
- ¿Pero cómo me ha podido hacer esta mujer esto?-repetía casi sollozando y sin poder comprender cómo se había producido aquella situación tan irreal y esperpéntica.
En su dolor y disgusto no vio venir al camarero que se acercó hasta la recóndita esquina, libreta y bolígrafo en mano:
- Caballero, aquí, para hacer uso de las mesas hay que pedir algo.
- Ea, pues…. – dijo pensativo- pues deme usted un cigarrito que me dejé el tabaco en el pueblo.

Casi en volandas lo sacó el camarero del establecimiento mientras él no paraba de murmurar y murmurar improperios y maldiciones ante el asombro de toda la gente que, a esas horas, abarrotaba la barra de la bodeguita El Sablazo.