miércoles, 18 de febrero de 2015

EL MALABARISTA

Le gusta pasearse, así, parsimonioso, como si la cosa no fuera con él.
Lo hace con gracia, tiene estilo, lo reconozco.
Es un fenómeno.
Reconozco que no me habría fijado en él si no fuera por lo bien que lo hace el tío.
Le gusta el riesgo; no teme al vértigo. ¡Quién pudiera!
Primero uno, luego otro… erguido como ningún otro parece haber nacido para ello.
Lo suyo es arte, lo intuyo.
Seguramente no es la primera vez que lo hace, pero nunca he visto a nada ni a nadie deambular como él lo hace encima de una tapia.
Parece como si hubiese salido de la última función del Circo del Sol: igualito.
Para delante y para detrás, así, infinidad de veces.
No se cansa.
Lo mejor de todo es que nunca mira al suelo; está más que seguro de que no caerá al precipicio por muchas veces que lo haga.
El tío no conoce el miedo.
Lo mejor es que mientras lo hace, mientras se pavonea como nadie por su particular pasarela, sin mirar hacia abajo, sin temer al abismo, sin tener miedo, va así, como chuleando, mirando a ambos lados sabiendo que, en algún lugar, en cualquier momento, va a ser visto por alguien que como yo, pasé y me lo encontré y quedé maravillado del espectáculo total que derrochaba.
Es carne de pasarela.
Hasta tiene gusto el tío porque, no me digan que no, andar sobre una tapia, más ahora en este tiempo de fríos y de borrascas anticiclónicas que nos atraviesan semana sí, semana no, no me digan que no es para tocarle las palmas y decirle a gritos ¡¡OLE TUS HUEVOS AHÍ!!
Sabe mucho: va enfundado en plumas negras, brillantes y lleva sombrero rojo sobre la cabeza.
Es un máquina, un crack, un artista, un animal de escenario, de pasarela.
Ahora, sin remediarlo, cada vez que paso cerca de aquella tapia donde lo vi por primera vez, mi mirada no puede dejar de mirar hacia arriba a ver si tengo la suerte y me lo encuentro haciendo una de las suyas.

Y es que jamás vi nunca un pollo más artista que el que me encontré subido a una tapia el otro día.



sábado, 14 de febrero de 2015

HUMO

Si hay algo que se venda caro y créanme que está científicamente comprobado, es el humo de los políticos.
 Sí, ese humo que nos hacen tragar así, sin compasión y sin conocimiento, aun sabiendo de lo infumable que ya no sólo resulta sino que, además con el añadido de que todo humo, si no a la corta sí a la larga, resultará contraproducente para nuestra salud.
No importa, les da igual.
Ellos, con tal de que la mercancía con la que trafican que no es otra que la de la palabra, desvirtúan todo el sentir etimológico de esta hasta convertirla en merchandising decorado y elaborado de tal manera que, a nuestros oídos, sea música celestial que nos conduzca  al mismísimo olimpo.
Saben más que los ratones coloraos como decimos en mi pueblo.
Jamás dirán lo que en realidad piensan por mucho empeño que le pongan.
No pueden; estarían perdidos.
Son maestros de enmascarar a la palabra y no pueden permitirse el lujo de, a la primera de abrir  la boca, decir sólo y exclusivamente la verdad porque sería entonces cuando su tejemaneje quedaría  al raso,  al descubierto.
Disfrazan promesas con verdad, con humo que se colará a través de nuestro sentido auditivo y nosotros, ciudadanos y ciudadanas como ahora gustan llamarnos, seremos presa fácil de ese humo que nos venden convertido en el más caro de los perfumes.
Saben tela.
Más en estos tiempos que corren, en los que de nuevo y por culpa de ellos, estamos como estamos, cuando la miseria ha vuelto a hacerse visible en un país en el que creíamos que  estábamos en las alturas, que éramos los elegidos.
Mentira.
Todo era mentira y ellos han sido los culpables.
Ellos, que a base de hacer candelas y de fabricar humo, han sacado a relucir la única verdad que se puede sacar de todo esto: que somos auténticas marionetas en sus manos.
Si no, no se explica que aún quede político vivo.
Cuando el hambre se hace insoportable, en cualquier tribu que se precie de serlo, por muy primitiva que parezca, siempre aparece el canibalismo.
Y aquí, que yo sepa, aún no nos hemos comido a estos políticos que han sido capaces de destruirlo casi todo ante la atenta o tonta mirada de unos ciudadanos que han perdido totalmente toda capacidad de reacción ante tal atentado contra su dignidad más íntima.
No se escapan ningunos.
Todos han sido, sino culpables en primer grado, sí cómplices, compinches de que esta sociedad haya descendido al sótano donde pisotean la dignidad más íntima y elemental del ciudadano.
Nos han mentido, nos han robado, nos han apaleado, nos han quitado derechos, recortado libertades… Y nos da igual señores, porque no nos hemos comido a ninguno de estos vendedores de humo sin escrúpulo.
Nos han perdido el respeto y encima, nosotros  mismos nos convertimos culpables.
Porque nos han hecho adictos al humo, al que nos vendieron y seguirán vendiendo sin miramientos ni contemplaciones, tratándonos cual borregos que poco a poco van conducidos por ellos hacia el matadero.

Y acabarán comiéndonos, en vez de ser nosotros los que nos comamos a estos viles y desalmados canallas cobardes que han conseguido sobornarnos intoxicándonos con su criminal y destructivo humo con el que han disfrazado la palabra.