viernes, 19 de marzo de 2010

PRIMAVERA


Aunque la primavera se haya asomado hoy al calendario y las nubes amanezcan tímidas de ese azul que corresponda; cuando los naranjos andan locos por enseñar en sus ramas, junto al siempre verde de sus hojas el inmaculado abrir del azahar perfumado que a la plaza da ese perfume que hasta entran ganas de comérsela.
Ahora que el sol ya parece ser haber venido para quedarse después de tres meses casi de vacaciones, de ausencia, y se despereza con ganas, más amarillo que nunca en el fruto alto e inalcanzable del limonero que tengo frente a mi venta.
Cuando las tardes comienzan a estirarse y pronto parecerán inacabables, inagotables de horas que pasaran hasta que la luna venga de nuevo a este cielo gris de ahora, que no termina de pronunciarse, como una palabra que queda siempre en el renglón de una boca que se calla…
Y mientras que a la primavera aún le cuesta el hacerse presente del todo, y mientras en los bancos de la plazuela la esperan con impaciencia todos los viejecitos del lugar que acuden en busca de ella, de su sol de marzo que les caliente lo molido de sus huesos, tal vez, quién sabe, esperando ese rallito que a sus edades puede que sea el último y no quieren dejarlo escapar por si acaso.
Tímidas las ventanas también alzan la voz de par en par y se abren por completo para que la llegada del sol de la mañana y del aire, aunque frío aún tiene la propiedad de llevarse consigo, a su paso, el rastro de tanto tiempo de cerramiento, de haber estado tanto tiempo sin la compañía del viento que secara y evitara humedades que este tiempo pasado ha traído…
Y los gorriones, que hasta hace poco estaban en paradero desconocido porque temían al agua como teme el perro a una vara verde, se asoman curiosos por entre la frondosidad de las ramas de los naranjos, asomando el pico para comprobar que están en lo cierto, que es verdad, que no andan equivocados al comprobar que no cae gota, como hace poco, de este cielo casi convertido en mar que nos azotaba.
Y todo es de otro color, de otra manera.
Los niños pueden, por las tardes, ocupar el sitio robado antes por los charcos y que en realidad les pertenece a ellos, a sus pelotas y a sus bicicletas ahora llenas de barro y que casi no se acordaban ellas mismas, del sabor de los adoquines de las calles del pueblo en sus dientes negros de goma.
Por fin es primavera.
Y, afortunadamente, viene para quedarse.

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