HISTORIAS DE UN DÍA NORMAL
CAPÍTULO 2: "EL SABLAZO"
Tenía el convencimiento de que el autobús
no tardaría más de hora y algo en llegar a su destino pero se equivocó.
Aunque no era la primera vez que lo tomaba
sí era la primera vez que tenía verdadera prisa por llegar ya que pretendía
hacer lo que le había hecho volver a la ciudad y poder volver a coger el bus a eso de las dos
de la tarde, tiempo más que suficiente como para cuando el informativo del medio
día diera paso a los deportes y poder disfrutar de ello en su acogedor sofá de orejeras que en el hogar le
esperaba.
Hasta el tiempo había mejorado bastante
desde que puso rumbo a ello, e incluso había tenido tiempo casi de
aprenderse de memoria prácticamente la
mitad de los pueblos de la comarca y que desde la ventanilla del autobús había
ido recorriendo.
Al principio pensó que el conductor se había perdido, que no
sabía bien por donde iba.
Hasta le preguntó a la señora del asiento
trasero si aquel itinerario era el normal para aquel trayecto que, en
condiciones normales, no sería mayor a los tres cuartos de hora para
realizarlo.
- ¡Ay que de vueltas mire usted!- me dijo
la señora con gran desconsuelo y tristeza.- Tengo cita con el tramatologo a las
once y media y los niños vienen sin desayunar. A este paso, como siga tardando
tanto, se le pasa a mi Luín la biodramina que es lo único que tiene en el
estómago porque no he querido saturarlo porque sé muy bien lo que pasa. Y a
este paso, veremos a ver como quedamos. ¡No he visto más rotondas en to mi
vida!- dijo consternada la señora mientras sacaba del bolso una bolsa de
plástico que se la dio a su vástago que, con los ojos casi en blanco ya, no
podía el chiquillo ni casi sostenerla en
sus débiles y temblorosas manos.
Miró el reloj de su muñeca y vio que el
tiempo se le echaba encima: - ¡las once y cuarto, Dios!-casi gritó, mientras
por la ventanilla pudo ver con detalle la distancia que aún faltaba para
alcanzar por fin el destino: 16 kilómetros.
Intentó respirar profundamente para
contener la rabia e indignación, se recostó en el asiento tratando de mantener
la calma, no sin antes fijarme en el cada vez más pálido rostro del pequeño
Luis, que parecía más la cara de la niña del exorcista que la de un crío de no
más de once años.
En su
desesperación hasta tuvo la tentación de acercarme al conductor a
exponerle su enfado y su queja pero, después de pensarlo un poco y de tratar de
controlarse, creía conveniente no hacerlo hasta una vez llegado a su destino:
al fin y al cabo, era un simple trabajador que cumplía con su deber y con su
cometido.
Casi cuarenta y cinco minutos después y
tras haber parado en dos pueblos más, por fin enfiló el autobús la recta final
hacia el destino y casi cuando el reloj
se acercaba irremediablemente a las doce de la mañana, por fin hizo su última parada
y el simple hecho de poder ponerse de pie le supo a gloria bendita.
Del tiempo que llevaba allí sentado, sin
apenas movimiento, le costó la propia vida el poder recomponer la figura y un
buen rato más el poder recobrar la movilidad de la cintura
y poder despertar del todo a sus
entumecidas piernas.
Como era de esperar, la mayoría de la
gente trató de ser la primera en bajar de aquel calvario, ser primero en respirar por fin el aire puro de
la calle. En el estrecho pasillo que conducía a la libertad le tocó sin remedio
ir detrás de la señora con los niños.
- ¡¡Espabílate Luín que ya hemos llegao
hijo!!- le decía la señora al pobre chaval que apenas sí podía echar el paso y
al que la cara aún no le había llegado la sangre y que a su lado, Iniesta, era
Michael Jackson.
Por fin salieron de aquel encierro
obligado y agradeció como si le hubiesen dado la vida, el aire que al fin le
golpeaba en la cara.
Presuroso, no perdió un instante en
dirigirse a su cometido, y viendo que el tiempo jugaba en su contra, sacó la
carterita para ver de cuánto efectivo disponía ya que, los planes de dirigirse
andando al lugar que pretendía había sufrido un grave contratiempo.
Sopesó la gravedad de la situación y la
mayor gravedad de sus financias: apenas si tenía veinte euros y su intención
desde primera hora era el gastar lo sucinto y necesario.
Aun así decidió que lo más conveniente y
dada la hora que era tomar, irremediablemente un taxi para que este le llevara
al lugar donde, estaba seguro, se alegrarían de verle.
Afortunadamente eran varios los vehículos
que esperaban a las mismas puertas de la estación, por lo que no tuvo más que
montarse en el primero que encontró e indicarle al conductor el sitio de
referencia:
- Buenas tardes. Quería ir al asilo
Nuestra Señora del Trigo Limpio, calle Sanseacabó por favor.
El chófer, palillo de dientes incluido en
la esquina derecha del labio inferior le devolvió las buenas tardes y, después
de poner el contador a cero del taxímetro puso rumbo al destino.
Era un taxista mayor, que andaría ya
rondando la jubilación probablemente, cosa que notó en la foto que tenía en el
parasol del coche donde aparecía el buen hombre rodeado de lo que parecía ser
una familia numerosa con numerosos niños y mayores en lo que parecía estar
celebrando algún cumpleaños, y el que hacía intención de apagar las velas,
momento que recogía la inmortal instantánea era él mismo, apagando dos velas
con un 63 en rojo.
A ritmo de Camela en la radio del coche
que casi le revienta los sesos y eso que no estaba a gran volumen, veinte minutos después llegaron a las puertas
del asilo.
Bajó el mismo, pagó lo estipulado y muy
amablemente se despidió con unas buenas tardes para el taxista que también se vio correspondida.
Entró directamente al lujoso patio
interior del recinto, una joya arquitectónica que había sido anteriormente
patio de vecinos de solera y tradición y que en su día fue declarado en ruina y
comprado por un grupo inversor madrileño que lo había reconvertido en una
residencia de personas mayores de alto poder adquisitivo y que funcionaba cual
si de un hotel de lujo se tratara.
Se dirigió al mostrador de recepción para
anunciar su llegada pero mayor fue su sorpresa ante la respuesta de la chica
que atendía aquella maravillosa recepción:
- Siento comunicarle que su tía no se
encuentra.
-¡¿Cómo que no se encuentra señorita, cómo
que no se encuentra?!
- Pues eso que ha escuchado caballero. Su
tía abandonó esta residencia hace dos días rumbo a la República Dominicana en
un crucero con escala en Cuba y su regreso no se espera hasta mediados de mes.
Es todo cuanto puedo comunicarle.
Se le formó un nudo de impotencia y
desesperación en la garganta que casi le hacía imposible respirar; un sudor
frío empezó a descenderle por la frente y hasta las rodillas le fallaban y
empezaron a temblarle de tal manera que casi que tiene que pedir a la amable
recepcionista que le ayudase a sentarse en el butacón que había a escasa
distancia del mostrador, cosa que no fue necesaria porque logró a duras penas
alcanzarlo por sí mismo.
- De todas formas caballero, creo que el
señor director tiene un sobre que la señora dejó para que se le entregara en el
momento de su llegada. Puede pasar si lo desea a su despacho ya que ahora mismo
no tiene ninguna visita y creo que le atenderá muy gustosamente.
De un brinco se levantó y se dirigió veloz
y como un rayo en busca de la puerta del despacho del susodicho.
No era la primera vez que visitaba la
residencia y tampoco era la primera vez que tenía el gusto de entrar a charlar
en privado en el despacho del director: al fin y al cabo fue él quien aconsejó
y convenció de su tía de que aquél lugar era el idóneo para una mujer viuda,
sin hijos y sin familia a punto de cumplir casi los ochenta y que no tenía a
nadie que se ocupara de ella en su día a día.
- ¡¡Hombre, el señor Carmelo Cotón, que
alegría el verlo de nuevo por aquí!!- dijo el director dando casi un brinco del
asiento al tenerlo ya a casi una cuarta de su cara, cosa que la mesa de su
despacho impedía- siéntese amigo, siéntese, está usted en casa.
- ¡¡En casa, en casa!!¿Pero qué broma es
esta don Leandro?, ¿se puede saber dónde está mi tía?
- Creí que usted lo sabía don Carmelo,
pero le recuerdo que su tía es mayor de edad, es una persona libre por lo tanto
y esta residencia es de estancia libre y por lo tanto todos sus inquilinos,
según nuestras normas y estatutos, hacen y deshacen con su vida, con su tiempo
y con su estancia lo que les viene en gana, y por lo tanto su tía no es
excepción en esta institución para que haga lo contrario.
- ¡¡Eso se avisa caballero!!, porque le
recuerdo que hasta día de hoy soy su albacea, su administrador y por lo tanto
tengo derecho a saber de sus decisiones y mucho más de su paradero porque ella
está mayor y yo no estoy para sustos de esta índole por culpa de actitudes
caprichosas de viejas chochas que hacen lo que les va pareciendo y sin decir
nada. Hasta ahí podíamos llegar!!.
- Lamento enormemente su enojo señor
Cotón, pero debo corregirle en algunos puntos porque, si mal no recuerdo y así está
recogido en el contrato que firmó la señora con esta casa, ella es la titular
del contrato y no me consta ninguna cláusula en la que diga que es usted quien
debe dar el visto bueno a cualquier decisión que libremente, la susodicha, tome
en relación a lo que hace y deshace ni con su tiempo ni con su vida.
De todas manera, antes de marcharse dejó
esta carta que aquí le hago entrega para que, como bien previó la señora, usted
se presentara en esta casa antes del cinco del mes vigente. Firme este recibí
para que conste que se le entrega. Lamento enormemente este episodio que para
nada es responsabilidad de esta casa y tenga a bien, si no quiere ninguna cosa
más, abandonar este lugar porque me están esperando en la sala de juntas que
tengo una reunión la mar de importante con unos clientes belgas que quieren
hacer uso de la planta superior del edificio y, como comprenderá, el deber me
llama.
Con mala cara cogió el bolígrafo y firmó
el documento y con muy malos modos cogió el sobre que contenía lo que su tía venía
a decirle.
Se despidió de don Leandro y salió que se
las pelaba deseando abrir el documento y leer qué coño había dejado escrito
aquella maldita mujer.
Entró en la bodeguita de la esquina, se
sentó en un rincón apartado en una de las mesas que el local disponía y sin
demorarse mucho, aún con el susto en el cuerpo y con las manos más temblorosas
aún todavía, abrió rápido y veloz el sobre para, de una puñetera vez, saber a
qué se enfrentaba:
Queridísimo y estimado sobrino Carmelo:
Como esperaba y así se ha
cumplido, cuando esta carta llegue a tus manos
yo ya estaré lejos, concretamente en un viaje de placer con unas señora
la
mar de estupendas que hace unos meses en esta residencia he conocido.
Siempre tuve las ganas de
conocer mundo, pero como bien sabes, tu tío no
tuvo el detalle y como ahora y, todo sea dicho, gracias a ti, mi
presente es
otro, he decido permitirme el capricho y nos vamos quince días a un todo
incluido en un crucero por
la República Dominicana y por Cuba.
Te agradezco enormemente el que gracias a ti y a tu generosidad por
haber
puesto a mi nombre todo el dinero que, aunque quisieras ocultármelo,
tenías,
y espero comprendas mi decisión y que la aceptes porque, querido
Carmelo,
no te queda más remedio que tragar porque aquí, la que pincha y corta a
partir
de ahora soy yo.
Te recuerdo que soy la titular absoluta de la cuenta porque tú debes
hasta de
callarte, y por eso, para que no te trinquen todos aquellos a los que
debes di-
nero, es por lo que decidiste ponerlo todo a nombre mío.
Así que chitón y punto en boca, que aunque vieja no soy tonta. Se que estas
palabras te sentarán como un
tiro, no pienses que voy a dejarte en
la cuneta, pero de aquí en adelante las cosas se harán como lo digo yo
que
para eso soy la titular de la cuenta y punto.
Para que no pases el mes muy apurado, te dejo este cheque al portador
junto
a esta carta para que pases el
mes como puedas. Creo que con cuatrocientos
euros vas que chuta, y como te pongas muy tonto, el mes que viene,
cuando
vengas, te doy una mierda pinchá en un palo.
¡¡Y no trates de hacer ningún chanchullo para que me incapaciten o
cualquier
artimaña de las tuyas que, aunque vieja, no me chupo el dedo y lo tengo
todo
todo previsto… pero no te lo cuento para que no sepas más que yo.
Y como te pongas tonto doy una exclusiva en el ABC o donde sea y revelo
cuál es tu paradero y no creas que serán pocos los que te buscarán donde
sea
para que le pagues lo que debes.
Y recuerda, querido mío, que nunca sabré agradecerte todo cuánto debo a
tu generosidad y a tu desinterés para que esta pobre ancianita pase lo
mejor
posible los últimos años de su vida.
¡¡Ah, que se me olvidaba, que me voy a poner tetas!!!... es una ilusión
que
tengo pendiente aún en vida de tu tío y que por una cosa y por otra lo
fui
dejando, lo fui dejando…. Así que
ahora tengo ya cita programada en Repú
blica Dominicana y estoy deseando llegue el momento.
Me despido que no quiero darte más
disgustos en el día de hoy.
Sé bueno y nos vemos el mes que viene.
Muchos besos de tu tía que te quiere y que te aprecia.
El corazón le iba a salir por la boca, la
cara colorada como un belga en Matalascañas en agosto; la respiración
entrecortada, los ojos hasta le picaban por dentro….
Buscó en el bolsillo el ventolín y se metió
entre pecho y espalda dos chutes seguidos con la intención de que el aire que
le faltaba le entrara de nuevo en sus pulmones.
No podía dar crédito a lo que acaba de
leer en aquella carta que ahora, hecha
una bola, apretaba con todas sus fuerzas con su puño.
- ¿Pero cómo me ha podido hacer esta mujer
esto?-repetía casi sollozando y sin poder comprender cómo se había producido
aquella situación tan irreal y esperpéntica.
En su dolor y disgusto no vio venir al
camarero que se acercó hasta la recóndita esquina, libreta y bolígrafo en mano:
- Caballero, aquí, para hacer uso de las
mesas hay que pedir algo.
- Ea, pues…. – dijo pensativo- pues deme
usted un cigarrito que me dejé el tabaco en el pueblo.
Casi en volandas lo sacó el camarero del
establecimiento mientras él no paraba de murmurar y murmurar improperios y
maldiciones ante el asombro de toda la gente que, a esas horas, abarrotaba la barra
de la bodeguita El Sablazo.
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