Sabe
que hoy será el día que lleva esperando un montón de años y que tal vez no
volverá a tener la oportunidad de volver a tenerla tan cerca.
Se
ha levantado temprano, a barrido la puerta con más esmero y paciencia que
nunca. Ha sacudido el polvo de las ventanas y luego, con un trapo húmedo, ha
repasado uno a uno los barrotes de hierro de las ventanas.
Se
ha entretenido en repasar los churretes de la fachada que, aunque está más que
limpia, a la noche tiene que estar limpia y reluciente para cuando ella venga a
su casa.
Desde
que se enteró de que venía, los nervios casi pueden con ella, y ha ido contando
los días que faltaban.
-
¡Lo más grande!– comentaba esta mañana al ir tan temprano a comprar el pan
cuando la panadera le preguntaba: -¿Qué, esta noche pasa por tu puerta?
Del
patio ha traído las mejores y más frondosas macetas que tiene. Las más verdes y
las más sanas.
Colocadas
ya, y mira que pesaban, justo a ambos laterales del cierro de la casa que, por cierto, también se
ha llevado su buen repaso de agua, al igual que sus cristales.
Hasta
la luz de la calle, la que ya casi nunca enciende, tan sólo en ocasiones muy
especiales, la ha cambiado por otra de más potencia que ella misma, a pesar de
lo malamente que anda últimamente con las piernas, el día antes se ha encargado
de ir a comprar a casa de Crispin para que hoy dé todo el brillo que pueda y
más.
La
casa limpia, preparada: ni una mota de polvo ha quedado olvidada en ningún
lugar y mucho menos en alguno que pueda verse desde la calle…
En
su cuarto, que justo da a la venta de la calle y sobre la cómoda que tiene
convertida en altar de su casa, ha colocado más fotos de todos los que hace
tiempo que le falta: dejará la persiana un poco levantada para que cuando pase,
también ellos estén cerquita de ella.
Y
les ha encendido las velas más temprano de lo habitual no vaya ser que la noche
se alargue y, como no sabe con seguridad la hora de la llegada, mejor tenerlas
encendida para no caer en olvido alguno.
Antes
de media tarde se ha bañado, sola, aún sabiendo que su gente le tienen
prohibido que, a su edad, lo haga sola, pero no ha podido esperar a nadie
porque ella sí tenía prisa por si la visita venía antes de lo esperado.
Ha cogido su mejor vestido negro, eso sí, que
el negro se ha convertido en ya en el color único de su armario ropero.
Hoy
se ha permitido también un poco de colonia que para eso es ocasión especial la
que se presenta.
Ha
mirado mil y una veces el reloj que tiene encima del aparador del aparador
mientras intentaba distraerse sin poder con algo que estaban poniendo en la
tele.
Ha
puesto el café, que aunque ella no puede tomarlo, hoy seguro que desde media
tarde vendrán a su casa más de alguno y alguna sabiendo de la visita que
espera… Hasta un poquito de tila se ha tenido que hacer porque los nervios
pueden con ella.
Cuando
han dado las siete en el reloj no ha podido más y a abierto de par en par la
puerta de la calle: las dos hojas, y con el cierro encajado y la voz quitada al
televisor, ha tenido los sentidos puestos en todo cuanto sucedía en la calle.
Y
la casa, muda casi el resto del año, se ha ido convirtiendo en un hervidero
continuo de gente que sabe de la visita de esta noche y no le han faltado, como
predecía, familiares, conocidos, vecinos de calles aledañas que han ido a su
casa a esperar ellos también la visita que hoy se espera…
Por
fin, cuando ya la tarde dejó de serlo para convertirse en noche, por fin
entonces, en la lejanía ha podido escuchar más que nerviosa el sonido
inconfundible del toque del tambor de Villamanrique: - ¡¡YA VIENE!!
Se
ha ido a la puerta, a esperarla, a recibirla… con los ojos ya vidriosos y la
emoción sin querer contenerla: - ¡Ay madre mía que de tiempo sin tenerte
delante de mi casa!, ¡ya puedo morirme tranquila! – pensaba mientras tenía
delante de sus ojos a la carreta y al simpecado manriqueño….