miércoles, 30 de junio de 2010

ALMA CON CUERPO


EXCELENTE ARTÍCULO PUBLICADO HOY DÍA 30 DE JUNIO DE 2010 EN ABC DE SEVILLA POR ANTONIO GARCÍA BARBEITO, MAGNIFICO ESCRITOR, ARTICULISTA, PREGONERO DE LA SEMANA SANTA DE SEVILLA...Y DE AZNALCAZAR PARA MÁS INRI...


Antes de que las primeras manos de la siesta vinieran a bajar las persianas de ese sueño ligero que propician los almuerzos sabrosamente líquidos de este tiempo, antes de que sobre la mesa se colocara el crepúsculo frutal de una tajada de sandía, y, aún los platos sin recoger, el hilo negro del café recién hecho trenzara con el gris del cigarrillo la tomiza de la sobremesa, la obligación daba voces en el piso de arriba. Había que escribir. En el techo, el ventilador rebana el aire caliente y espeso y va dejando por toda la habitación el verano en rodajas. En el teclado, las letras del alfabeto, como una larguísima palabra descompuesta y sin sentido, sin orden, sin el más mínimo atractivo eufónico, aguardan a que las yemas de los dedos den con la clave que abre las palabras que antes de escribir parecen imposibles. Hace falta una idea, hace falta saber de qué se va a escribir, de qué se quiere escribir, si de una pendencia entre rivales políticos; si de una discrepancia parlamentaria donde el insulto sueña con pasar las aduanas de lo correcto escondido en los forros del eufemismo; si de una reivindicación laboral; si de un accidente; si de un partido de fútbol que se ofrece en el televisor como caro menú de masas… Al lado de la pantalla del ordenador, la luz de un flexo genuflexo derrama un reloj solar sobre la mesa. Pero la mente revolotea como un insecto sin salida en el cristal de una luz y no halla ninguna razón cercana a la que dedicarle cuarenta líneas. El hombre mira al cielo raso y oblicuo rayado de maderas que le dan cobijo en la tarde de un junio que se ha puesto a ensayar la canícula con una displicencia de fauno inverecundo. Y no hay maneras. Como cuando la tinta se derrite en el alambique de la pluma y no acierta a nombrar ninguna palabra.
Y entonces, andando de puntillas por las veras de la pasión donde la lujuria que rebosa le busca las caderas a la tarde, ella, sin más permiso que la no escrita autoridad de quien se sabe dueña de cuanto ocupa, se acomodó sobre las piernas del escritor y le dio a su reposo un aire de patriarca sedente sobre el que de pronto la levedad de su musa encajara como una carnal vestimenta cálida y casi propia. Ella no dijo nada. Apartó del teclado las manos de él y, tras susurrarle al oído, rozada, no sé qué maliciosa verdad, empezó a escribir. Él buscó en su cuello un alfabeto de caricias, y cuando logró salir del laberinto de su cintura y miró al teclado, comprobó que estaban escritos, latiendo como un recién nacido, todos sus pensamientos.

sábado, 19 de junio de 2010

HOMENAJE A SARAMAGO